Más allá de las luces: por qué la Navidad nos deja tan cansados (y cómo quitarnos la presión).
Presión emocional en Navidad · Felicitaciones de WhatsApp · El cansancio de diciembre · Tradiciones navideñas modernas
Queridos lectores:
Diciembre llega siempre igual: sin pedir permiso.
Un día estás comprando mandarinas tranquilamente y, al siguiente, las calles se llenan de luces, los anuncios te dicen que ya es Navidad y tú empiezas a ir con una prisa rara. No una prisa de reloj. Una prisa emocional.
Un día estás comprando mandarinas tranquilamente y, al siguiente, las calles se llenan de luces, los anuncios te dicen que ya es Navidad y tú empiezas a ir con una prisa rara. No una prisa de reloj. Una prisa emocional.
El otro día, tomando un vino con Pepe, en casa Utrilla se lo dije tal cual:
-Pepe, ¿no te pasa que en Navidad hay que estar contenta por obligación?
Pepe se rio, se ajustó las gafas -eso siempre anuncia reflexión- y me dijo:
-La Navidad no es solo una fiesta, señora Porrúa. Es un ritual social muy exigente. No celebramos solo lo que somos, sino lo que creemos que deberíamos ser.
Y claro, una ya no puede evitar darle vueltas.
Porque la Navidad carga. Carga porque promete mucho. Y cuando algo promete tanto, luego llega el cansancio.
Ahí entra uno de los rituales más curiosos —y más agotadores— de la Navidad moderna: los mensajes de WhatsApp.
Durante el resto del año, mucha gente no se acuerda de ti. Amigos con los que compartiste media vida, compañeros de trabajo, vecinos de toda la vida. Silencio. Cada cual a lo suyo. Y no pasa nada. Pero llega diciembre… y el móvil empieza a vibrar. Mensajes llenos de buenos deseos, de paz, de amor, de salud ,siempre mucha salud. y de frases tan intensas que una se pregunta si no se habrá perdido algo durante el año. Algunos claramente reenviados, con copos de nieve, corazones y ese final tan elocuente de “envíalo a las personas que quieres”. Y tú ahí, leyendo, intentando adivinar si ese mensaje ha salido del corazón… o del botón de multidifusión. Porque se nota. Se nota cuando alguien se acuerda de ti de verdad y cuando cumple con el expediente navideño. No por mala fe, sino por costumbre. Por ese buenismo automático que se activa en diciembre, como las luces del centro o los anuncios de colonias. Hay que felicitar. Porque toca. Porque si no, parece feo. Y entonces llega la segunda parte del ritual: la obligación de contestar. No puedes dejarlo en visto. No es educado. Así que una responde agradecida, cariñosa, incluso a personas con las que no ha hablado en meses. Y mientras escribes “igualmente” o “todo lo mejor para ti y los tuyos”, notas una pequeña incomodidad. No es mentira… pero tampoco es del todo verdad. No es hipocresía. Es función social. Estos mensajes no están hechos para expresar sentimientos profundos, sino para recordarnos que seguimos perteneciendo a algo. Que la red de relaciones, aunque esté floja, sigue existiendo. Aunque solo se active una vez al año.
Durante el resto del año, mucha gente no se acuerda de ti. Amigos con los que compartiste media vida, compañeros de trabajo, vecinos de toda la vida. Silencio. Cada cual a lo suyo. Y no pasa nada. Pero llega diciembre… y el móvil empieza a vibrar. Mensajes llenos de buenos deseos, de paz, de amor, de salud ,siempre mucha salud. y de frases tan intensas que una se pregunta si no se habrá perdido algo durante el año. Algunos claramente reenviados, con copos de nieve, corazones y ese final tan elocuente de “envíalo a las personas que quieres”. Y tú ahí, leyendo, intentando adivinar si ese mensaje ha salido del corazón… o del botón de multidifusión. Porque se nota. Se nota cuando alguien se acuerda de ti de verdad y cuando cumple con el expediente navideño. No por mala fe, sino por costumbre. Por ese buenismo automático que se activa en diciembre, como las luces del centro o los anuncios de colonias. Hay que felicitar. Porque toca. Porque si no, parece feo. Y entonces llega la segunda parte del ritual: la obligación de contestar. No puedes dejarlo en visto. No es educado. Así que una responde agradecida, cariñosa, incluso a personas con las que no ha hablado en meses. Y mientras escribes “igualmente” o “todo lo mejor para ti y los tuyos”, notas una pequeña incomodidad. No es mentira… pero tampoco es del todo verdad. No es hipocresía. Es función social. Estos mensajes no están hechos para expresar sentimientos profundos, sino para recordarnos que seguimos perteneciendo a algo. Que la red de relaciones, aunque esté floja, sigue existiendo. Aunque solo se active una vez al año.
Lo que agota no es el mensaje en sí.
Lo que cansa de verdad es la obligación de sentir algo concreto al recibirlo. De estar agradecida. De emocionarte. Como si la Navidad fuera una auditoría emocional donde hay que justificar vínculos que el resto del año han dormido.
Y esto enlaza directamente con lo que más pesa en estas fechas: la presión de estar bien. De estar feliz. Auténticamente feliz, además. Que no vale cualquier alegría.
Nos dicen: “la Navidad no tiene que ser perfecta, tiene que ser auténtica”. Y suena muy bonito. Pero también carga. Porque si no estás bien, parece que el fallo es tuyo.
Así acabamos vigilándonos por dentro:
¿Debería estar más contenta?
¿Estoy disfrutando lo suficiente… o solo cumpliendo?
Y ahí está el estrés verdadero. No en la agenda, sino en la cabeza.
Entender todo esto no estropea la Navidad.
Al contrario. Quita culpa. Quita presión. Permite vivirla sin tanto examen interior. Al final, la Navidad no deja de ser un reflejo de lo que somos: una sociedad que necesita rituales para recordarse que sigue unida, aunque sea con mensajes en cadena y buenos deseos reciclados.
Al contrario. Quita culpa. Quita presión. Permite vivirla sin tanto examen interior. Al final, la Navidad no deja de ser un reflejo de lo que somos: una sociedad que necesita rituales para recordarse que sigue unida, aunque sea con mensajes en cadena y buenos deseos reciclados.
Y quizá la pregunta no sea si podemos escapar del guion, sino si nos atrevemos a escribir alguna línea propia dentro de él. Aunque sea sencilla. Aunque sea sincera. Aunque sea acordarse de alguien un martes cualquiera, sin que lo mande el calendario.
Yo, por si acaso, sigo prefiriendo eso.
Vuestra siempre,
la señora Porrúa
❤️ ¿Y vosotros? ¿Os agobian también las felicitaciones masivas o las lleváis con filosofía? ¿Tenéis algún truco para quitaros presión estas fechas? Contadme abajo, que me encanta leeros. 👇.



Totalmente de acuerdo, y se nos olvida la gente que apenas recibe una felicitación, esa también se siente presionada y triste porque se encuentra fuera de ese bucle que en muchos casos resulta como tú bien dices porrúa impostado.
ResponderEliminarA veces pesa tanto recibir mensajes por inercia como no recibir ninguno. La Navidad convierte el silencio en algo sospechoso, cuando no debería serlo. Ahí está también la presión… y lo impostado del ritual. Gracias por tu comentario.
EliminarLa Navidad, tiempo de felicitaciones, la gran mayoría obligadas pero es de bien nacido ser agradecido 😊.
ResponderEliminarEso es 😊 se agradecen siempre, vengan como vengan. Muchas gracias por tu comentario
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