Granada, líder en ansiolíticos: el silencio que se receta en pastillas.
Las mujeres entre 45 y 55 años encabezan el consumo de tranquilizantes en España. ¿Por qué preferimos medicar antes que escuchar?
Queridos lectores, el otro día estábamos Pepe y yo desayunando en la terraza de Bernina, cerca de Puerta Real, era uno de esos días luminosos en Granada, con la ciudad desperezándose despacito y los camareros todavía con buen humor.
Pepe hojeaba el periódico mientras yo me entretenía en observar a una señora que regañaba a su perrito por haberse subido a la silla como si fuese un cliente más. Entre sorbo y sorbo, sin levantar mucho la voz, Pepe me dice:
—Porrúa, ¿sabías que Granada es la ciudad donde más ansiolíticos se recetan de toda España?...Yo me atraganté un poco con la tostada.
—¿Ansiolíticos? ¿Pero eso cómo va a ser? ¿Aquí, en la tierra de la tapa, el mirador y el relente? ¿La gente nerviosa?
—Pues sí —me dijo—. Lo he leído en un artículo del Ideal. Se llama "Pastillas sin freno".
—¿Pastillas sin freno? ¡Qué nombre más propio! Sin freno, sin control y, por lo visto, sin cabeza .. ¿Y qué más dice ese artículo? Pepe, con esa calma que le caracteriza , me resume: “Pues que las recetas de Orfidal, Lexatín, Trankimazín y compañía están por las nubes, sobre todo entre mujeres de 45 a 55 años. Que se los toman como si fueran gominolas, y que los médicos los recetan como quien reparte flyers en la calle.
—Pues no sé si estamos nerviosos… o simplemente estamos hartos. ...
y seguimos desayunando, que no hay ansiolítico como un café temprano y una buena charla.
Así que queridos lectores , no puedo decir que me haya sorprendido. Lo que me ha dado ha sido un pellizco, de esos que no se calman con Lexatín. Tú fíjate, antes ibas al médico y te miraban a los ojos. Te preguntaban si dormías bien, si vivías solo, si estabas triste, si tenías hambre. Te tocaban la espalda, te hacían decir “aaaah”, y te palpaban el alma, a su manera. Ahora entras en la consulta, te dicen “siéntese”, y ya están escribiendo sin mirarte. Y de pronto clic, receta enviada. Y a casa con tu caja de felicidad empaquetada.
Una mujer contaba en el articulo de Ideal que había estado en rehabilitación por una supuesta adicción al alcohol, pero resulta que lo que tenía era un enganche fino a los tranquilizantes que le habían recetado durante años sin que nadie se molestara en explicarle bien para qué. Como si fueran caramelos de bienvenida. “Esto le va a venir bien”, le decían. Y sí: para olvidar. Para adormecerse. Para desconectarse de su propio cuerpo. Para apagar las señales de socorro que daba su mente.
Otro caso: un hombre que fue al médico por un dolor de espalda. Ni radiografía, ni fisio, ni nada. Directamente, ansiolíticos. Volvió a la consulta semanas después, más aturdido que aliviado. Y el médico, muy ufano, le dijo: “¿Ve cómo ha mejorado usted?”. Y el hombre, con más ironía que reflejos por culpa de las pastillas, le contestó: “Yo vine con dolor de espalda… y sigo con dolor de espalda. Lo que pasa es que ahora estoy atontado, eso sí”.
Me pregunto cuál es el protocolo para repartir tanta pastilla. ¿Hay un cupo que cumplir? ¿Una especie de bingo farmacéutico donde cada paciente tiene su combinación ganadora?
Porque vamos a ver: no todo malestar necesita una receta. A veces lo que hace falta es alguien que te escuche cinco minutos. Que te diga “entiendo que esté usted así”. Que te pregunte si hay algo en casa que le pesa. Que te mire. No es tan difícil.
Pero claro, eso no se despacha en siete minutos de consulta con un teclado por medio y el clic fácil. Para eso hace falta tiempo y un poco de compromiso con la salud mental que no pase por convertirnos en zombis con receta.
Y luego está lo nuestro, granadinos, que también tenemos nuestra parte de culpa. Porque, reconozcámoslo, aquí nos va la vía rápida. ¿Qué no duermes? Pastilla. ¿Qué estás agobiada? Pastilla. ¿Qué te han subido el alquiler? Pastilla y una caña, que en Granada arreglamos el mundo con un “tómate algo y se te pasa”. Y así nos va, que entre el médico que va con el cronómetro, el farmacéutico que acaba haciendo de detective y la vecina que te recomienda el Trankimazín como si fuera la receta de las migas, acabamos todos viviendo a base de química. Pero lo que más me quema es que no hay alternativas. ¿Dónde están los psicólogos en la Seguridad Social? ¿Dónde están las consultas que duren más que un anuncio de la tele? ¿Dónde están los programas para enseñarnos a manejar el estrés, el insomnio o los disgustos sin necesidad de una caja?
Así que, sí, en Granada se toman muchos ansiolíticos.
Que no falten las pastillas, que para escuchar ya no hay tiempo… ni receta.
Vuestra siempre, la Porrúa
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Me encanta Porrúa , mas claro imposible
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario
ResponderEliminar👏👏👏👏👏
ResponderEliminarGracias por tu comentario
EliminarTotalmente de acuerdo contigo!!!
ResponderEliminarEs la pura realidad,tristemente!!
Gracias por tu comentario.
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