La trampa de la "Cheapflación": Lo que no ves en el supermercado.

 

La trampa de la "Cheapflación": Lo que no ves en el supermercado.

Productos más caros sin que lo notes: el truco de la economía oculta


Queridos lectores: estábamos Pepe y yo recorriendo los pasillos del supermercado. Pepe coge una caja de sopa de sobre y se detiene a leer los ingredientes en voz alta:  


“A ver qué lleva esto… Agua, almidón modificado, aromas, potenciadores del sabor, colorantes... Y aquí pone ‘trazas de pollo’.”  
- “¿Trazas de pollo? ¿Me estás diciendo que esto ha visto un pollo de lejos y ya le cuentan la historia?”  
- “Pues sí, Porrúa. Antes al menos te echaban algo de pollo deshidratado, pero ahora parece que con olerlo ha sido suficiente.”  
- “A ver, a ver… O sea, que me están cobrando lo mismo, pero en vez de pollo me ponen una declaración de intenciones.”  
- “Exacto. Es lo que está pasando con un montón de productos. Se llama *cheapflación*: te los venden al mismo precio, pero con menos cantidad o peor calidad. Y como la gente busca lo más barato, en vez de subir los precios directamente, te van quitando ingredientes o reduciendo el tamaño. Al final, pagas lo mismo, pero por menos y peor.”  
- “Ay, Pepe, qué tiempos estos. Antes te engañaban con palabras bonitas, pero ahora ni se molestan.”  
Ahí, en medio del pasillo de sopas de sobre, con Pepe sosteniendo un caldo que había visto un pollo de lejos y yo sintiéndome víctima de un timo culinario, supe que esto no podía quedar así. Así que solté la cesta de la compra y saqué mi libreta.  
“Pepe”, le dije, “esto lo tiene que saber el mundo”. Y aquí me tienen, denunciando este atropello gastronómico desde la seguridad de mi escritorio, sin riesgo de que me vendan una tableta de chocolate que solo lleve el recuerdo del cacao.

Queridos lectores, hoy os vengo con una advertencia: si vais al supermercado y sentís que os están tomando el pelo, no es cosa vuestra. Os están, efectivamente, tomando el pelo. Y con una técnica refinada: lo llaman *cheapflación*.  
¿Y qué es eso, os preguntaréis? Pues es el arte de hacer que pagues lo mismo (o más) por productos que, con suerte, siguen teniendo el mismo envoltorio, pero que por dentro han pasado a ser la sombra de lo que fueron. Un ejemplo claro: antes, una sopa de sobre tenía pollo deshidratado. Ahora, si tienes suerte, tiene ‘trazas de pollo’. Que no es lo mismo que pollo, ni siquiera un triste trocito de pechuga. No, son ‘trazas’, como quien dice: “Hemos pensado en poner pollo, pero al final hemos decidido que con la intención basta”.

Esto, queridos lectores, se ha convertido en una epidemia. ¿Recordáis las tabletas de chocolate que venían bien cargadas? Pues ahora hay que leer la letra pequeña, no sea que lo que compréis lleve más aceite de palma que cacao. ¿Y el zumo de naranja? Nada de ‘100% exprimido’; ahora es ‘concentrado’ y, si me apuras, ‘con un 5% de zumo real’. Lo demás: agua con aroma de naranja y el optimismo del fabricante.

Pero lo más divertido (si es que algo de esto tiene gracia) es que esta trampa no solo se aplica a la comida. No, no. ¿Habéis notado que los rollos de papel higiénico duran menos? ¿ Que el detergente antes hacía espuma con media tapa y ahora necesitas un cuarto de botella para que se note? Pues ahí lo tenéis: menos cantidad, peor calidad y el mismo precio.

¿Qué podemos hacer? Pues, aparte de llorar en la caja del supermercado (opcional), conviene que empecemos a leer etiquetas como si nos fuera la vida en ello. Que no nos vendan sopa sin sustancia ni leche sin rastro de vaca. Hay que comparar, buscar marcas que no nos tomen el pelo y, sobre todo, no caer en la trampa del “¡Es barato, cógelo!”, porque lo barato, amigos, últimamente sale carísimo.

Y ahora, si me disculpáis, voy a buscar una sopa que tenga al menos un trocito de pollo… aunque sea en espíritu.




Vuestra siempre,  La Porrúa  

No olvidéis seguirme y dejadme vuestros comentarios 👇  





Comentarios

Publicar un comentario